Solo hay un tiempo

Con esta situación que estamos viviendo, mas que nunca, se antoja importante vivir el momento presente. Eso de hacer planes se ha convertido en futurología avanzada.

En este relato, basado en una experiencia personal, dejo una reflexión sobre ese «mono loco» que tenemos por mente y que nos aleja de lo único que existe.


El aquí y ahora. Nuestro preciado momento presente.


Espero que disfrutes de estas palabras.

El tiempo se desvanece

En un instante, Todo se desvaneció, y se hizo más real, todo cuanto le rodeaba, todo cuanto era, tomo sentido. Había vuelto a casa.


Aquella mañana Dioni aparco frente a la oficina, y fue consciente de que había realizado todo el trayecto de forma inconsciente, se podría decir, que no sabía cómo había llegado hasta allí. Durante el camino su mente había viajado entre el pasado y el futuro, de pensamiento en pensamiento.


Y por primera vez en su vida, se dio cuenta de todo el tiempo perdido. En una rápida retrospección analizó su actitud en su forma de actuar, en como vivía cada instante.

Y lo que descubrió le impacto sobremanera.


Cuando estaba con sus amigos, su mente estaba en el trabajo; estando en el trabajo sus pensamientos viajaban a lugares que le gustaría visitar; durante las vacaciones, añoraba a sus hijos; estado con sus hijos, deseaba ver a su pareja; en lugar de disfrutar de la compañía de su pareja, su mente analizaba problemas acontecidos en la oficina.

Nunca estaba. Siempre lejos. Sin aprovechar el momento, deseando estar en un lugar diferente del que ocupaba.

¿Estaría huyendo de algo? ¿Era una persona, o un zombi encarnado en hombre? ¿Cuántos minutos había perdido en su vida?

El único instante real era el presente, y nunca estaba allí.


Reconoció un lugar donde lograba centrarse en el momento presente, el Dojo, donde practicaba regularmente el arte del Aikido. Al repasar mentalmente su práctica, reconoció que aun alcanzando un estado de relativa concentración durante la práctica, su atención también viajaba, no estaba en el ahora.

Su mente le decía, sube el brazo, desplaza la pierna, mantén la distancia, respira. Su atención iba de lo que hacía el, a lo que hacía su compañero, en ocasiones más pendiente del otro que de él mismo.
Su forma de afrontar el Aikido era un reflejo de como vivía.

Estaba sentado en su mesa de trabajo, frente al ordenador encendido, y volvió a ser consciente de que el trayecto entre el aparcamiento y su lugar de trabajo no había existido, su mente había estado ocupada en sus pensamientos, se había vuelto a ir.

Lejos de sí mismo.


Había realizado todo el trayecto como un autómata que repite sus hábitos todos los días, y reconoció que la mayor parte de sus actividades las realizaba de forma mecánica, mediante programas instaurados en su subconsciente.

Incluso los días en que asistía a las clases de Aikido, donde disfrutaba y olvidaba sus problemas, se habían convertido con el tiempo en otro ritual inconsciente. La llegada al Dojo, ponerse el Aikidogi, colocarse la hakama, la entrada al tatami con el habitual saludo, la charla previa con los compañeros. Todo era rutinario, lo hacía de forma automática, sin saborear cada instante.


Y tomó una decisión. Ese día durante la práctica viviría el momento presente.

Llegó al Dojo, y percibió el olor de las flores plantadas en un jardín junto a la puerta de entrada, era la primera vez que caía en la cuenta del jardín, de las plantas, los árboles que le saludaban a su llegada.
Al traspasar la puerta sintió el cambio. Dentro, la atmosfera era diferente, su respiración se calmó, la sonrisa afloró en sus labios. Al entrar en el vestuario saludo a los compañeros, Saludar es dar Salud, y lo hizo con plena conciencia. Saboreó las palabras que escuchaba, los comentarios jocosos. Las risas le encendieron el corazón.

Se colocó en la puerta de acceso a la sala de práctica, frente al kamiza, y saludó.

Agradeciendo profundamente la oportunidad de volver a practicar. El pie izquierdo fue el primero en pisar el tatami, su tacto le envolvió al ceder el suelo ligeramente, sintió la frescura de la superficie, el pie derecho avanzó.


Adoptó la posición de seiza, cerró los ojos y dio las gracias por estar allí, por la ocasión que le brindaba la vida de compartir, de aprender.
Tomó conciencia de cuanto le rodeaba, llevó su atención a ese instante. Y como tantas veces le habían recordado, se apoyó en la respiración para focalizar su mente. Su pulso se calmó, su capacidad de percibir el entorno aumentó, sus ojos dejaron de ver, y comenzó a Sentir.

Sintió la entrega del compañero al agarrar su muñeca, todo lo que le estaba dando con el simple gesto de aferrar su muñeca, y lo que él podía ofrecerle, comprendió el maravilloso intercambio, y lo acogió en su corazón.

Saboreó el fluir de la energía entre ellos, a través de ellos, y se hizo uno con ella.


Todo era perfecto, sentía a sus compañeros, su alegría, la ternura de sus hijos, el amor de su pareja, todo estaba allí, percibía cada instante.


Cada movimiento le transportaba, estaba en el mar sintiendo la fuerza de las olas al sumergirse, su poder, y se dejó hacer, no había resistencia. Sintió la caricia del viento en lo alto de la montaña, como le envolvía, y se permitió fluir con cada desplazamiento, cada cambio de dirección, acogió a su compañero, como la Madre Tierra, se hicieron uno. Un fuego interior trasmutaba cada instante, quedándose con lo esencial.


Y de repente todo se desvaneció.

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